Sentada cerca del kiosko miré a la estatua blanca. Sus ropas expresaban movimiento grácil, etéreo como el viento y suave como un gato. Me acerqué…al igual que otras veinticinco personas, todas caminando lenta y nerviosamente, igual que las palomas. Esperé a que la multitud formara una media luna alrededor de la efigie dejando en claro que la línea entre el actuar y el observar consta de tan sólo treinta pasos.
Aguardé nuevamente a que alguien deje una o dos monedas en la pequeña cesta…aquél intermediario entre la voz de la sensibilidad y el gozo dominical.
Una figura dejó de ser anónima, un grano de maíz salió del saco. Con andar nervioso, pendiente de la expresión de todos esos pares de ojos atentos, se aproximó a la cesta. Dejó unas monedas y miró con expectación a la nívea figura.
Lentamente, como sacada del ensueño, se movió. ¡Se movió! Le tendió la mano –fina, sutil, casi transparente- y sacudió la ajena, para después matar al breve dinamismo congelándose en otra posición.
El espectador se retiró de la media luna riéndose con esa risa falsa que libera la tensión.
Y así sucesivamente, varios miembros de la parvada se acercaron con la esperanza de recibir el mismo interés que el dado al pálido personaje.
Pensé
Ahora es mi turno.
Caminé uno, dos, veintisiete pasos, deposité una moneda y mis ojos se cruzaron con los suyos. El iris negro, tinta china sobre nieve, se clavó en el mío. Un breve momento de estupor nos sorprende. Empero, el acto debe continuar. Sin dejar de penetrarme el rostro con su alma, sacó de lo más profundo de su ensueño una flor, que fue a dar a mi oreja; y de lo más profundo de su pecho un beso, que paró en el dorso de mi mano.
No pude evitar sonrojarme. Sonreí con todo lo que mi boca me permitió, hice una desequilibrada caravana y me alejé rápidamente.
Ahora vivo un idilio silencioso, secreto, paralelo. Aquella criatura cautivó mi espíritu y yo atraje al suyo, pues descubrí a un hombre detrás del personaje y él a una mujer de entre la muchedumbre.
El cortejo dura apenas unos cuantos minutos cada semana, sin embargo, conocemos lo que somos a través de movimientos. No existen compromisos ni frases, no existen citas ni poses. Tan sólo cuatro ojos derritiéndose, mientras navegan en un mar de leche.
24 marzo, 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario