23 febrero, 2009

GUERRA

El pelo envuelve fieramente su cara mientras trata de tumbarte, el reflejo de la calma brilla en tu cara. Embiste repetidamente poniendo en práctica nuevas estrategias, utiliza la fuerza, astutamente aplica estratagemas. Tú, sentado en una orilla, repeles los asaltos. Pedazo de concreto que, inmóvil, deja resbalar la lluvia.
Cada fracaso alimenta su ímpetu, pintando el aire de rojo parece aumentar su tamaño, continuando una guerra adversa que ni siquiera te toca. Se alza y cae pesadamente como una ola, sus formas caprichosas tratan de inundarte. A tu alrededor las cosas se destruyen, se revuelven. Permaneces donde estabas, bamboleándote sólo un poco y sonriendo por dentro.
El calor aumenta, envolviéndolos en una manta gruesa que comienza a mitigar su fuerza. Se tumba con movimientos cansinos y doloridos a tu lado. Observando cada una de sus partes, le encuentras una pequeña astilla, piececilla del rompecabezas de tu piso. Tomas unas pinzas y la sacas. Lavas y confortas el piquete. Su rostro te agradece, duerme profundamente. Acomodas su pelo y susurras sin palabras tu afecto.